domingo, 24 de febrero de 2013

La travesía de París (La traversée de Paris, Claude Autant-Lara, 1956)




Título original: La traversée de Paris
Dirección: Claude Autant-Lara
Guión: Jean Aurenche, Pierre Bost (Historia corta: Marcel Aymé)
Fotografía: Jacques Natteau (B&W)
Música: René Cloërec
Producción: Coproduccuón Francia-Italia; Continental Produzione / Franco London Films
País: Francia
Año: 1956
Género: Comedia
Duración: 80 minutos
Intérpretes: Jean Gabin como Grandgil, Bourvil como Marcel Martin, Louis De Funès como Jambier, Robert Arnoux como Marchandot, Jeannette Batti como Mariette Martin, etc.






Durante la ocupación nazi de París, un torpe e ingenuo estraperlista se ve obligado a pedir ayuda a un extraño individuo que dice ser pintor para poder transportar en varias maletas un cerdo troceado. Juntos tendrán que cruzar París en plena noche. (FILMAFFINITY)





El cine francés de los años 50 se destaca por un apagado conformismo. La producción se estanca, los guionistas caseros cultivan la vulgaridad, condimentando los lugares comunes de temas sobados con una dirección rutinaria y sin imaginación. Es el reino de Henri Janson, de Jean Delannoy, de Giles Grangier. De esa "calidad francesa" contra la que la Nouvelle Vague se plantará con vehemencia. ¿Cómo fue que por una vez el resultado fuera positivo?

Del sabor de la anécdota, en principio, tomada de Marcel Aymé, un saludable cuestionamiento del comportamiento "heroico" de los franceses bajo la Ocupación. Los adaptadores, Jean Aurenche y Pierre Bost, dieron con júbilo en el clavo, delineando un siniestro cuadro de un país presa de lamentables componendas, en medio de un terror generalizado. No hay aquí una sola réplica que no suene como un feroz arreglo de cuentas. El director, por su parte, encontró aquí su registro preferido.

Claude Autant-Lara (1903-2000), que se reveló con películas en apariencia sutiles pero en las que ya se sentía el azufre (Douce, 1943). da aquí rienda suelta a una inspiración casi celiniana; "la truculencia, la rabia, la vulgaridad, el ultraje, lejos de perjudicarlo, realzan su propósito de alturas épicas", reconoció François Truffaut, que hasta entonces no había sido amable con el cineasta de El diablo en el cuerpo (1946) y La posada roja (1951).

Agreguemos una sutil búsqueda de estilización por parte del decorador Max Douy; y el talento de los actores, cuyos papeles aparecen tallados de la cantera de una robusta humanidad. Ningún film posterior del trío Gabin-Bouvril-de Funès. ni de su director, volverá a encontrar la fuerza de impacto de esta guerra sin cuartel, que no engendra tristeza ni tampoco piedad.

Extraído de: Películas clave de la Historia del Cine, Claude Beylie, Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2006








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